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¿Una taza rota del Galeón San José?

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1. El 8 de junio de 1708 con el viento en contra diecisiete barcos cargados con el recaudo imperial y los bienes intercambiados en una de las ferias comerciales más importantes de la América colonial se dirigen lentamente con destino a Cartagena de Indias. Al mando, el Capitán Fernández de Santillán, que ha desoído a quienes le aconsejaban esperar en Portobelo por la presencia de naves inglesas y el olor a pólvora en el aire.

Tal vez confiaba en que los sesenta y cuatro cañones del Galeón San José sumados a la poderosa artillería de las otras naves serían suficientes para resguardar de los corsarios ingleses los 1.551.609 pesos y 7 reales que el maestre de plata había registrado en los libros contables de la flota.

A las cinco de la tarde lo inminente se hizo inevitable. Un timonazo y todos los barcos en línea de batalla. Tambores, gritos y cañones. El San José enfrentado al Expedition del comandante Charles Wager, uno al lado del otro descargando sus cañones mientras los capitanes se maldecían en cubierta bajo una lluvia de astillas y el humo de las explosiones.

A las ocho de la noche, bajo el triste amparo de la luna, en menos de lo que un marino reza un credo, el Galeón San José y sus seiscientos tripulantes desapareció en las profundidades del mar. Un silencio hondo se debió apoderar del caribe y a todos los presentes se les debió hacer un nudo gordo en la boca del estómago.

2. A los siete años de edad un pequeño llamado Xuányè heredó el interminable imperio chino convirtiéndose de la noche a la mañana en el niño más poderoso del mundo. Estamos en 1662 y ese joven fue nombrado emperador Kangxi, tercer gobernante de la dinastía Qing, vencedor de la Guerra de los Tres Feudos y unificador del Imperio.

    Para 1677 como parte de su estrategia para ganarse el favor de sus súbditos, reabrió los hornos imperiales de Jingdezhen, un pueblito alfarero en el que sus habitantes creaban, moldeaban y esmaltaban, platos, jarrones y tacitas, en decadencia luego del esplendor de la dinastía Ming.

    Parte de la cerámica que se fabricaba allí se conocía como porcelana Kraak, y estaba hecha para satisfacer el gusto europeo de la época, de color blanco y azul obtenido del óxido de cobalto y del calor ardiente de sus hornos. La maestría de las piezas se medía en su blancura, su traslucidez, dureza, resistencia y sonoridad.

    Los maestros ceramistas muchas veces firmaban las piezas con el nombre del horno en el que habían sido elaboradas y su iconografía tenía un sentido claro, por ejemplo: el azul recordaba el cielo y sus crisantemos la armonía y la nobleza. Durante la dinastía Ming el cobalto era muy preciado y provenía de las tierras del imperio persa, pero con la llegada de los manchúes de la dinastía Qing se diversificó, e incluso se desarrolló también la producción interna.

    3. La noche del 19 de noviembre de este año, a pocos días de cumplir una década del anuncio de su descubrimiento, el gobierno actual anunció que se dio inicio a la “segunda fase del proyecto de investigación Hacia el Corazón de Galeón San José”.

    Que en sus palabras: “busca profundizar en el estudio mediante el análisis directo de los objetos arqueológicos, lo cual implica su recolección para estabilizarlos, es decir adaptarlos gradualmente al cambio del entorno marino al terrestre, y conservarlos en óptimas condiciones”.

    Un cañón de por lo menos dos toneladas de peso, tres monedas de un real de ocho y una taza de cerámica china de la dinastía Qing fueron recolectadas a más de 600 metros de profundidad y expuestas a la luz, el calor, la presión y la manipulación directa, como, otra vez en sus palabras, un logro de la ciencia, la técnica y el patrimonio en el país.

    Videos, imágenes, publicaciones en redes sociales, discursos, entrevistas y comunicados. Los funcionarios celebran, se abrazan, sacan la lengua, se toman la cabeza, sonríen, cogen, tocan, muestran. ¡El trofeo de caza que cuelga, la música épica de fondo, trajes y gorras militares, un grito al unísono! ¡Viva Colombia!

    4. Una parte de la porcelana producida en la ciudad de Jingdezhen era comprada por comerciantes locales para abastecer los mercados europeos. A través de una densa red, la porcelana se embarcaba a orillas del río Chang; de allí se transportaba al rio Le’an, que a su vez comunicaba con el Poyang, el lago de agua dulce más grande de China, para conectar con el río Yangtsé y finalmente desembocar mediante pequeños canales a la ciudad portuaria de Guangzhou.

    Para llegar al mar, la porcelana recorría cerca de mil quinientos kilómetros de agua dulce en veloces embarcaciones con velas en forma de alas de murciélago, conocidas como juncos. En sus compartimentos también transportaban arroz, habichuelas y soya para los vecinos; sedas, tés y porcelanas para el comercio exterior.

    Una vez en el puerto de Guangzhou, los comerciantes llevaban sus mercancías a la ciudad de Manila en las islas Filipinas. El corazón del enclave español en el Pacífico Occidental. Específicamente a las afueras de las murallas en al barrio de los comerciantes chinos conocido como el Parián en dónde se comerciaba, además de cerámica, marfil, perlas, sedas, especias, perfumes y aceites.

    Posteriormente, los bienes navegaban durante meses de penurias y escorbuto en los gigantescos galeones que hacían la ruta hacia América, a la ciudad de Acapulco en el Virreinato de la Nueva España, aprovechando la corriente de Kuroshio, que impulsaba los barcos de oeste a este a través del Pacífico, y que eran conocidos como la flota de Galeones de Manila.

    Una vez en tierra y luego de una animosa feria, la mayor parte de las mercancías llegadas a puerto era llevada a las Bóvedas Reales y de allí se preparaba y se cargaba una caravana de mulas y carretas que atravesaba todo el virreinato haciendo la ruta de Acapulco, Cuernavaca, México, Puebla, para llegar finalmente al puerto de Veracruz en el Atlántico.

    Al llegar a puerto, las mercancías se registraban y almacenaban hasta la partida de los barcos con rumbo a España. Pero al mismo tiempo, también había una intensa actividad comercial fuera de la oficialidad y se permitía que las fragatas de los contrabandistas franceses y holandeses desembarcaran en las costas vecinas para intercambiar otro tipo de productos, comprar y vender a mejores precios.

    Esos bienes de contrabando bajaban de México a Panamá bordeando las costas del golfo y en su mayoría eran vendidos en la feria de Portobelo. La cerámica china probablemente siguió esa ruta y se sumó a la plata, el oro, las perlas, las esmeraldas, las maderas, los cueros, el tabaco, el cacao y las plumas provenientes de todo el continente que allí se comerciaban.

    En 1708 se dieron por terminados los negocios de la feria de Portobelo, que no se realizaba por lo menos hacía diez años por lo complicada que resultaba su organización y por el despelote de la sucesión al trono español de la época.

    Resulta claro que, de alguna forma, esa cerámica, producida en los hornos de la ciudad de Jingdezhen, que atravesó la mitad de la china, que llegó a Manila, que se embarcó en un galeón enorme, que una vez en tierra seguramente recorrió a lomo de mula el continente del Pacífico al Atlántico y que bordeo la costa para navegar de nuevo de México a Panamá. Finalmente, luego de la feria de Portobelo fue embarcada de contrabando en los recovecos de las bodegas del Galeón San José.

    5. Hasta hace unos días, el San José y su carga habían permanecido resguardados bajo una columna de agua de seiscientos metros. Habían soportado más de trecientos años desde su triste hundimiento.

      Pero una decisión administrativa, en contra de los presupuestos éticos de varias disciplinas que rechazan la acumulación de piezas del pasado sin una interpretación crítica y sin la posibilidad de reversar las acciones desarrolladas, trajo a flote, entre otras cosas, una o varias de esas tazas chinas (y ni hablar del cañón y lo que significa).

      La primera versión de esta columna, argumentaba que la taza podía haberse roto con la manipulación que se ve en las fotos y los videos institucionales. Sin embargo, luego de revisar varias veces las imágenes disponibles parce haber más de una taza. Pero también parece que lo que muestra la imagen se entiende como un fragmento por parte del proyecto. Pero al mismo tiempo, hay quienes afirman que la fractura que se ve en el “fragmento” es reciente y por lo tanto brilla de blanco intenso. El lector sacará sus propias conclusiones.

      Raro que queden tantas dudas, raro que la información no sea tan clara. Tal vez en el futuro, cuando se hayan publicado muchas investigaciones científicas sobre el galeón y su carga, cuando existan muchos museos y exposiciones sobre el tema, cuando haya mucho material que cuente esa fantástica historia a todos los públicos. Las tazas rotas serán las primeras piezas del museo del absurdo del afán y la vanidad de nuestros funcionarios.

      Fuente: https://www.lasillavacia.com/red-de-expertos/red-social/la-tasa-rota-del-galeon-san-jose/